
La embajada de los Estados Unidos en Caracas se ha convertido en el “palacio de gobierno” de los usurpadores. Esto no dejó al presidente Maduro otra opción que el rompimiento de las relaciones con Estados Unidos
Alberto Acevedo
A la gran burguesía norteamericana y a los círculos de poder aliados en América Latina, siempre les han incomodado las acciones de los pueblos que triunfan en sus empeños libertarios, y que con gran sacrificio emprenden el camino de la defensa común y hacen valer el derecho a la soberanía nacional, a la dignidad y a la no intervención en sus asuntos internos.
No es otra la razón por la cual destilan tanto odio contra el gobierno de Nicolás Maduro y el proceso de la Revolución bolivariana. Venezuela ha ido a las urnas casi treinta veces a lo largo de dos décadas de construcción del proyecto chavista. Su pueblo dio paso a una constituyente que revistió de un marco legal la construcción de un proceso de justicia social. Pero para los círculos de poder, esto no es una democracia, es una ‘dictadura’. Les incomodan estos procesos constituyentes de participación popular, en los que los pueblos deciden su destino. Porque en este ejercicio, la burguesía pierde sus privilegios.
En esa perspectiva, la reacción internacional consideró que llegó la hora del fin del gobierno bolivariano en Venezuela. Y juntaron todos sus esfuerzos, acompañados de una artera campaña mediática a escala global, para impedir que Nicolás Maduro asumiera un segundo mandato, que ganó en un juego electoral limpio y democrático.
Impedir la posesión de Maduro
Desde que Estados Unidos se erigió en potencia mundial, es normal que desde los rincones de la Casa Blanca o los despachos de la inteligencia militar, se planifiquen, dirijan y organicen golpes de Estado contra las jóvenes democracias latinoamericanas. Esta vez, sin embargo, en el caso de Venezuela, también el golpe se ejecuta desde el exterior, lo cual constituye una novedad en la escalada de agresividad y de intervención norteamericana en América Latina.
Porque lo que ha hecho la diplomacia norteamericana es perpetrar un golpe de Estado, ante el hecho de que, pese a la presión internacional, no consiguieron que Maduro diera un paso al costado y permitiera el ascenso al poder de la corrupta burguesía venezolana.
En esta ocasión, el golpe de Estado se inició con las declaraciones injerencistas del vicepresidente norteamericano Mike Pompeo, y se consumó con el reconocimiento que Washington hizo al ‘presidente’ fantasma, Juan Guaidó.
Viaje clandestino
Pesquisas adelantadas por la agencia de noticias AP, indican que Guaidó recibió instrucciones precisas de la Casa Blanca para que se autoproclamara ‘presidente’, en una acción coordinada a escala global, buscando crear una coyuntura de opinión que hiciera insostenible el gobierno de Maduro.
La agencia noticiosa indica que en diciembre pasado, Guaidó viajó en forma clandestina, por tierra, desde Caracas a Bogotá, para no despertar la atención de las autoridades de inmigración. Después se trasladó a Brasil y a Estados Unidos. Ya el flamante presidente de la Asamblea Nacional que tenía instrucciones de Washington de lo que debía hacer, lo comunicó así a sus vecinos. Para ello se utilizaron mensajes cifrados en comunicaciones telefónicas.
Fueron semanas de diálogos secretos, de presiones de la cancillería norteamericana a sus colegas en América Latina y Europa. La idea es que una vez se autoproclamara Guaidó se produjera una avalancha “espontánea” de reconocimientos, al tiempo que se intentaba un alzamiento en Venezuela, el 23 de enero.
Fracaso
Si el objetivo era derrocar a Maduro, provocar una intervención de las Fuerzas Armadas Bolivarianas en favor de Guaidó y un alzamiento popular, hay que decir que de nuevo la diplomacia norteamericana fracasó. Maduro se posesionó, y recibió el apoyo de los mandos militares. También de la mayoría de países asociados a la Organización de las Naciones Unidas, ONU.
Solo las potencias mundiales, aliadas en su empeño por recuperar el petróleo y el oro venezolanos, con el apoyo cómplice de las burguesías latinoamericanas, han persistido en el ‘aislamiento’ al gobierno bolivariano.
En América Latina, las gestiones del presidente de la OEA, Luis Almagro, y del llamado Grupo de Lima, que se han convertido en plataformas de agresión a Venezuela, han venido perdiendo protagonismo. Varios países, que inicialmente compartieron la idea del rompimiento de relaciones con Caracas, han rectificado su posición. La OEA no ha conseguido un nuevo consenso condenatorio y un intento similar fracasó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. A nivel popular, en las organizaciones sociales y de los trabajadores, de partidos políticos de izquierda e intelectuales, el respaldo al proceso bolivariano es creciente.
Fabricación mediática
Queda sin embargo un sabor amargo en la evolución que han tomado las relaciones internacionales y los principios del derecho internacional. Estamos ante la sustitución del derecho, por la fuerza. Lo que muestra Venezuela es que le nombran un presidente ‘interino’ desde Washington. Guaidó se proclamó jefe de Estado sin tomar en cuenta a sus copartidarios que, ante las presiones de la Casa Blanca, le dieron el aval.
La embajada de los Estados Unidos en Caracas se ha convertido en el “palacio de gobierno” de los usurpadores. Esto no dejó al presidente Maduro otra opción que el rompimiento de las relaciones con Estados Unidos. Un gobierno soberano no puede aceptar que otro país, por muy potencia que sea, asuma prerrogativas constitucionales que solo competen a los venezolanos.
Es hora de la solidaridad con el pueblo venezolano, con su gobierno bolivariano y su proyecto emancipatorio. La “soledad de Maduro”, en buena medida es una fabricación mediática, que debe ser derribada por la solidaridad de los pueblos.