Manuel Antonio Velandia Mora
Se suele creer que la heterosexualidad ha existido desde siempre, sin embargo, el concepto de heterosexualidad es bastante reciente. La heterosexualidad parece ser el modelo, pero el concepto es de creación posterior al de homosexualidad. Igualmente sucede con el concepto complementariedad, que aparece a mediados del siglo pasado y que, por supuesto, no tienen en cuenta las intersexualidades, pues, en los momentos en que dichas teorías fueron elaboradas, de estas nada se hablaba.
Como concepto fue utilizado por primera vez por el alemán Richard von Krafft-Ebing en Pychopatia Sexualis, obra publicada en 1886. Él definió tres categorías de individuos respecto a su actividad sexual (genital): los homosexuales, los heterosexuales y los «normales», que son aquellos que no hacen de la sexualidad una práctica autónoma o exaltada —siempre respecto del sexo opuesto—, que se casan y tienen hijos. En conclusión, la heterosexualidad era definida, al igual que la homosexualidad, como una enfermedad que había que curar. Por apego a prácticas sexuales humanas repetitivas y extremas evidentes.
Así siguió siendo contemplada durante varias décadas. El médico norteamericano James G. Kiernan MD utilizó el término «heterosexualidad» en mayo de 1892, en un artículo publicado en la revista Chicago Medical Recorder sobre la «perversión sexual» en el que la heterosexualidad era definida como un «apetito anormal» hacia las personas del sexo opuesto, de la misma forma que la «homosexualidad» sería el «apetito anormal» hacia las personas del propio sexo.
El término «heterosexual» había sido utilizado previamente por otros médicos cuando se referían a los posibles tratamientos que permitieran al «homosexual y al heterosexual convertirse en seres humanos con inclinaciones eróticas naturales y con pulsiones normales». Así la edición de 1901 del Dorland Medical Dictionary definía la heterosexualidad como el «apetito sexual anormal o pervertido por el otro sexo».
Todavía en 1923 el New International Dictionary decía: «pasión sexual mórbida por una persona del sexo opuesto».
Ya hemos hablado sobre la necesidad de que las definiciones de las orientaciones sexuales sean actualizadas a las necesidades culturales, políticas, económicas, culturales y sexuales de este momento histórico.
Veamos la definición actual: la heterosexualidad es la atracción romántica, atracción sexual genital o comportamiento sexual entre personas de distinto sexo. Como orientación sexual, la heterosexualidad es un patrón duradero de relaciones emocionales o eróticas con individuos del sexo opuesto.
Esta definición reafirma la idea de que los sexos son dos y que la explicación sobre el mundo y las sexualidades es binaria. Como ya sabemos los sexos no son dos, existen las intersexualidades; en consecuencia, la típica definición de heterosexualidad excluye esta orientación sexual para las personas intersexuales. No puede negarse que hay personas heterosexuales que son intersexuales.
De ese reducido modelo de la heterosexualidad se desprende la heteronormatividad. Según (Schwarzer, en Dankmeijer, 2003), “la norma de la heterosexualidad” es aquella según la cual hay una obligatoriedad cultural por la opción de vida heterosexual, que se considera como la adecuada, normal, deseable y única.
Los seres humanos no son complementarios
Otra categoría binaria de gran apropiación cultural y social es aquella que considera que los sexos son supuestamente complementarios. Según esta propuesta, “ni la mujer ni el varón pueden ir en contra de su propia naturaleza sin hacerse desgraciados. Hombre y mujer son dos realidades referidas recíprocamente la una a la otra; al entrar en crisis una, necesariamente entra en crisis la otra”. Continúa afirmando Ana María Araújo de Vanegas, Doctora en Filosofía de la Universidad Angelicum (Roma), Especialista en Educación y Asesoría Familiar de la Universidad de La Sabana. Profesora titular de Antropología Filosófica, Universidad de La Sabana, que “La vida humana existe disyuntivamente: se es varón o mujer, y ambos consisten en su referencia recíproca intrínseca: ser varón es estar referido a la mujer, y ser mujer significa estar referida al varón. En el artículo se exponen algunos elementos para clarificar qué significa ser mujer y ser varón, y por qué las demás alternativas de género, solo culturales, son intentos de disyunciones que no coinciden con el ser real del varón y de la mujer”.
La complementariedad, coloquialmente, nos lleva a la idea de la “media naranja” tan extendida culturalmente. En este sentido, el ser humano “es una fruta incompleta”, que tan solo será plena con otra fruta incompleta. Algo bien preocupante e incoherente, porque termina afirmando que la única complementariedad solo es posible con una fruta similar; mejor dicho, macho con macho o hembra con hembra.
Pasando de lado por semejante contradicción, la complementariedad lo que, en ultimas, termina afirmando es que todo ser que se niegue a la pareja heterosexual es un ser incompleto y que la completud pasa por la heterogenitalidad. Extraño mensaje cristiano, porque en ese caso y suponiendo que fuera verdad en la práctica, monjas y sacerdotes serían por principio incompletos.
Evidentemente este rollo es una visión teológica del cristianismo y no solo de la Iglesia católica, en la que los hombres y las mujeres tienen funciones y responsabilidades diferentes, pero complementarias en el matrimonio, la vida familiar, y en la propia sociedad.
El catecismo católico (Libreria Editrice vaticana) afirma que «Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer» pero también que la armonía de sociedad «depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos«. Evidentemente, el catecismo católico desconoce las intersexualidades y “dios olvidó” iluminar apropiadamente a los jerarcas católicos cuando escribieron semejantes sandeces.
Claro está que la biblia es todo un compendio de errores conceptuales no solo en torno de la sexualidad, pero de eso debiera hablarse en otro momento.