Viajaron 200 becarios a La Habana

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Aspecto del acto de despedida de los becarios colombianos a la Escuela de Medicina de La Habana.

Alberto Acevedo

El pasado 26 de agosto, viajó a La Habana el primer contingente de 200 estudiantes, becarios de la Escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba, ELAM, obedeciendo a un ofrecimiento del gobierno revolucionario de la Isla, que había prometido otorgar mil cupos para adelantar estudios gratuitos en las diferentes facultades de medicina de esa institución, dirigidos tanto a excombatientes de la guerrilla como de otros sectores de la sociedad colombiana. En las horas de la mañana del día anterior, se realizó en el hall principal de la sede diplomática de Cuba en Bogotá, un emotivo acto de despedida, en el que los becarios, acompañados de algunos familiares, suscribieron un código de ética profesional, mediante el cual prometen utilizar sus conocimientos profesionales al servicio de los intereses de su pueblo y de la paz.

Al acto asistió el comandante de esa agrupación, Pastor Alape, quien despidió a los futuros galenos. “Vamos a salvar vidas, a trabajar por la salud; seguramente será otro el país que ustedes encuentren a su regreso: un país de progreso, que haya superado la exclusión social”, dijo el dirigente insurgente a los becarios.

El embajador de Cuba en Bogotá, José Luis Ponce Caraballo, dijo por su parte que la salida de este contingente de 200 estudiantes colombianos “hace parte del compromiso permanente de mi país por la paz en Colombia”. “Este grupo de becarios está compuesto por muchachos de diferentes sectores, incluyendo a excombatientes. Cuba ha creado las condiciones para estudiar ciencias médicas, y que ejerzan en su país. Cuba es un país pobre en recursos económicos, pero rico en solidaridad y fraternidad”, puntualizó el diplomático.

Ponce Caraballo recordó que desde su fundación, la Escuela de Medicina de Cuba, ELAM, ha graduado a 28.500 médicos de 103 países, especialistas en diferentes disciplinas de la salud, haciendo énfasis en la educación de jóvenes de escasos recursos económicos y con un compromiso social.

Volverán con sus batas blancas

Esa mañana, la sede diplomática cubana era una sola fiesta. Estaba inundada de rostros alegres, nerviosos, esperanzados. Algunas caras tristes, desde luego, de familiares que despedían a los suyos, con la expectativa de verlos en seis años, cuando regresen con sus batas blancas y su título de galenos.

Ese es el caso de Vilmar Asprilla, un moreno de rostro adusto, curtido por la lucha revolucionaria. Ingresó a la guerrilla en Urabá, al Quinto Frente de las FARC, cuando tenía 15 años de edad. Permaneció en ese grupo insurgente durante 20 años, hasta cuando se suscribieron los acuerdos de paz de La Habana.

“Nosotros, como revolucionarios, no cogimos un arma porque quisimos. La cogimos para salvar vidas. Por eso, voy a aprender lo más que se pueda y replicar en las comunidades abandonadas por el Estado. Por una comunidad se entrega la vida. Eso fue lo que hicimos en la guerrilla y es lo que haremos como futuros médicos. Vamos a cambiar la confrontación armada por la confrontación política”, puntualizó Asprilla. Vilmar recordó los últimos momentos con su familia, antes de viajar a Bogotá: “Me despedí de mi familia, de mi papá y de mi mamá. Me prepararon un arrocito con pollo guisado, papita y gaseosa. Me despidieron con gran alegría”.

Conmovedor es el caso de Benjamín (prefirió modificar su nombre), de 21 años de edad, que viajó desde Curumaní, Cesar, desde la Sierra del Perijá. No pudo, ocultar su sorpresa cuando le preguntamos por qué vendió el mulo que tenía con su familia. Le sorprendió que conociéramos la historia. Y sus ojos se enrojecieron tratando de contener una lágrima. Relató que en el pueblo, los compañeros de Marcha Patriótica le hablaron de la beca en Cuba, le dijeron que se fuera a estudiar a La Habana. Pero no tenían dinero para ayudarle en sus gastos de viaje. Acudió a la Alcaldía, visitó otras entidades, nadie le ayudó. “Decidí vender mi, mulito. Me dieron un millón trescientos mil pesos, dinero que ya me gasté, en pasaporte, y otras cosas”. En casa lo despidieron con un plato de arroz, una papita y algo de carne. A Bogotá llegó sin un peso.