Se trabaja el miedo en dos direcciones: el pánico personal que siente cada persona, ante la posibilidad de salir a la calle y ser contaminado. Y el pánico dirigido desde las altas esferas del poder, para amilanar y aplastar la capacidad de reacción de las masas
Alberto Acevedo
En cuestión de pocos días nos transformaron la vida, casi sin darnos cuenta. De un momento a otro nos invadió una especie de psicosis colectiva, una mezcla de pánico, que no tiene parangón en la historia de la civilización humana. Los pocos que salen a la calle, se echan para otro lado cuando ven pasar al vecino, o cruzan a la acera de enfrente, o se detienen a esperar que el otro pase. Esta pandemia parece insinuar otro proceso: el del miedo como eje.
Por recomendación de la Organización Mundial de la Salud los gobiernos se vieron compelidos a tomar medidas de “distanciamiento social”, para evitar el contagio masivo. Y la idea de respetar la cuarentena se convirtió en un imperativo para millones de personas, vale decir, en un mecanismo de control y disciplinamiento de lo social por parte del Estado.
El hambre, las guerras, el feminicidio, el cambio climático, el dengue, matan muchas más personas que el Covid-19, sin embargo, para combatirlos, no se declaran cuarentenas. Ahora nos imponen el aislamiento social, el cierre de fronteras. La pandemia logró confinarnos a una situación de aislamiento global sin precedentes. Eso es lo novedoso.
Profundizan la desigualdad
Algunos estudiosos asocian este confinamiento con la denominada ‘doctrina del shock’. “La ‘doctrina del shock’ es la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las élites y debilitan a todos los demás. En momentos de crisis, la gente tiende a centrarse en las emergencias diarias de sobrevivir a esa crisis, sea cual sea, y tiende a confiar demasiado en los que están en el poder. Quitamos un poco los ojos de la pelota en momentos de crisis”, asegura la afamada periodista norteamericana Naomi Klein.
“La doctrina del shock fue desarrollada como una forma de prevenir que las crisis den paso a momentos orgánicos en los que las políticas progresistas emergen. Las elites políticas y económicas entienden que los momentos de crisis son su oportunidad para impulsar su lista de deseos de políticos impopulares y polarizan aún más la riqueza en este país y en todo el mundo”, puntualiza Klein. “El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confusión y minimiza la protección”, termina señalando la periodista.
No es una pandemia en sí misma
Un ensayo general de esa política de miedo se ensayó en Estados Unidos con ocasión del ataque a las torres gemelas. Pero formas de control de la población tan extensas tienen antecedentes importantes en tiempos del nazismo, hace casi un siglo. El presidente Duque, en Colombia, amenazó con militarizar varias ciudades. Algo parecido ocurrió en la provincia de Hubei, en China, donde viven 60 millones de habitantes. En algunas ciudades, aquí y allá, quienes no usan tapabocas, pueden terminar en la cárcel.
En el pasado, en la lucha de la humanidad contra las pandemias, se puso en cuarentena a las personas infectadas. Ahora se ha puesto en aislamiento a millones de personas sanas. “El coronavirus no es una pandemia en sí misma. No es un asunto de sanidad. Es una cuestión ideológica criminal bien calibrada por un poder económico-político-militar enfermo de la elite norteamericana, para intentar restaurar su hegemonía mundial”, ha dicho el analista, antropólogo y teólogo latinoamericano Ollantay Itzamná.
Alternativas
“Esta terapia planetaria les sirvió para estudiar y mapearnos de cómo reaccionamos a sus mentiras, y ahora, les será más fácil implementar “pandemias” más letales, para seguir oxigenando su criminal sistema financiero”, puntualiza Itzamná.
“Las élites están usando la epidemia como laboratorio de ingeniería social, con la finalidad de estrechar el cerco sobre la población con una doble malla, a escala macro y micro, combinando un control minucioso a escala local, con otro general y extenso, como la censura en internet y la video-vigilancia”, dice por su parte el analista Raúl Zibechi.
Para conseguir estos objetivos, se trabaja el miedo en dos direcciones: el pánico personal que siente cada persona, ante la posibilidad de salir a la calle y ser contaminado. Y el pánico dirigido políticamente desde las altas esferas del poder, para amilanar y aplastar la capacidad de reacción de las masas.
Los sectores populares están ante el reto de construir ellos mismos redes de organizaciones a nivel global, con creatividad para enfrentar los nuevos focos de dominación y control social.
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