El 18 de marzo de 1871, el pueblo de París se tomó el cielo por asalto para edificar el primer experimento de poder popular en la historia moderna
Harold García-Pacanchique
@HaroldGarcia95
Cuando el sobrino de Napoleón, Luis Napoleón Bonaparte o Napoleón III, ganó las elecciones de diciembre 1848, la decisión militarista fue incursionar mucho tiempo después en la guerra Franco-Prusiana (1870-1871) enfrentándose a los dos grandes de Occidente de la época, Guillermo I y Otto Von Bismarck, quienes enfilaron sus estructuras y derrotaron al Segundo Imperio Francés, el cual sucumbiría ante las tropas prusianas. Dicha derrota sería determinante en el surgimiento de la Tercera República (1870) liderada provisionalmente por Louis Adolphe Thiers.
Este último, fue el responsable del armisticio de las tropas francesas, las cuales estaban fuertemente golpeadas tras la captura de alrededor de 100 mil soldados. Thiers capituló ante los prusianos, a partir de “la cesión de las provincias de Alsacia y Lorena a Prusia, el pago de un rescate de 200 millones de francos, el desarme de los soldados que aseguraban la defensa de la capital y la posibilidad de entrar en París para hacer un desfile en honor a Guillermo I quien se proclamó emperador de Alemania en el Palacio de Versalles”, tal y como recuerda el historiador Pedro Malatesta.
El armisticio-capitulación generó un descontento en la Guardia Nacional parisina, puesto que pretendía desarmar a las tropas que defendían la ciudad; en este contexto, Thiers ordenó al Ejército desarmar la Guardia de manera sorpresiva lo cuál alertó en primer momento a las mujeres quienes abocadas a la defensa de su órgano armado pusieron la alerta que aseguró que las armas no se fueran de París.
Lo anterior lo documenta la experiencia de la comunera Louise Michel: “Bajé la colina, con mi carabina bajo la capa, gritando ‘¡Traición!’. Pensábamos morir por la libertad. Nos sentíamos como si nuestros pies no tocaran el suelo. Muertos nosotros, París se habría levantado. De pronto vi a mi madre cerca mío y sentí una angustia espantosa; inquieta, había acudido, y todas las mujeres se hallaban ahí. Interponiéndose entre nosotros y el Ejército, las mujeres se arrojaban sobre los cañones y las ametralladoras, los soldados permanecían inmóviles. La revolución estaba hecha”.
Consolidada la defensa de la Guardia Nacional e iniciada la rebelión contra el gobierno provisional, Thiers abandona París y las tropas evacuan Versalles, mientras el pueblo ajusticia a Claude Martín Lecomte y Clément Thomas, los generales que intentaron diezmar la revuelta. El 18 de marzo de 1871, hace 150 años, el pueblo de París edificaría el primer ejercicio de un gobierno obrero en la historia.
Una experiencia revolucionaria
Ante dicha experiencia, Lenin levantaría la siguiente afirmación: “Sobre los hombros de la Comuna estamos todos en el movimiento actual”. Estas palabras del líder bolchevique no solo le otorgan un valor incalculable a lo iniciado el 18 de marzo de 1871 en la historia del proceso revolucionario mundial, sino también le garantiza un reconocimiento de esta revuelta como semilla en la emancipación de la clase trabajadora.
Para el líder soviético, la experiencia de la Comuna comunicaba la posibilidad real de la construcción de una sociedad nueva. También afirmaba que, “la causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal”.
Nuevo orden social
La Comuna de París demostró la importancia de un gobierno democrático y popular, que a partir del 26 de marzo en elecciones daría parto al primer comité central de obreros en la historia del mundo moderno.
Tras la elección de 92 integrantes de este nuevo poder proletario, en vísperas del segundo impulso de la revolución industrial capitalista, la capital francesa sustituía la habitual bandera tricolor por el univoco rojo de la clase obrera y los cantos revolucionarios que después daría a conocer Eugéne Pottier en el exilio y de los cuales se resalta La Internacional, el himno de los trabajadores del mundo.
Es así que este consejo de obreros inicia la declaración de un nuevo orden social que, al constituirse como comuna roja, horrorizaba a la burguesía europea, haciendo que esta misma dejara de lado sus disputas chovinistas para que en Santa Alianza se hicieran todos los esfuerzos por destruir a quienes ellos consideraban como los evadidos del presidio, que abiertamente se amotinaban contra la familia, la religión, el orden y la propiedad.
Logros de la Comuna
Karl Marx identificaría los logros de esta experiencia proletaria: “1) El primer decreto de la Comuna fue para suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado. 2) La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. 3) Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los que desempeñaban cargos públicos debían desempeñarlos con salarios de obreros. 4) La separación de la Iglesia del Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. 5) No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de organizarla mediante un régimen comunal, convirtiéndola en una realidad al destruir el poder del Estado, que pretendía ser la encarnación de aquella unidad, independiente y situado por encima de la nación misma, en cuyo cuerpo no era más que una excrecencia parasitaria. 6) Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del gobierno”.
En estos seis elementos se pueden identificar los principales logros sociales, culturales, políticos y económicos que generó la Comuna con tan solo 72 días de organización popular, en los cuales de una u otra forma se elevaron categóricamente las condiciones de vida de los y las trabajadoras.
La caída de una revolución
La carrera comunal desarrollada por los obreros de París, al son de los procesos de la dialéctica revolucionaria, encontró sus propias contradicciones en el seno de una organización proletaria incipiente, que a causa de estos propios y a su infortunio sería causante de la debacle de esta primera experiencia de poder popular.
Lenin lo analizaría de la siguiente manera: “para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas”.
Estas condiciones serían ejemplo en la larga lucha del proletariado por sus conquistas, es por ello por lo que la clase trabajadora reposa sobre los hombros de la experiencia comunal de París que de una u otra forma constituyó el referente a analizar para futuras experiencias. Es por ello que sus logros y contradicciones hoy, a 150 años de su desarrollo, se convierten en punta de lanza para el análisis del marxismo para su avance como praxis de la emancipación.
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